Si un cineasta está en forma en la medida en que es capaz de dar giros inesperados a su trayectoria, Woody Allen permanece jovial. Después de Vicky Cristina Barcelona, en la que su personalidad se diluía, y antes de continuar rodando en Europa, parece lanzar una advertencia subliminal: Puedo recuperar cuando quiera el espíritu de Manhattan. En realidad, Si la cosa funciona es una película de interiores.
Buena parte de su metraje transcurre en una casa y en la terraza de un bar: frente al viaje turístico por Barcelona, la reflexión interior de un nuevo sosías de Allen, esta vez Larry David repasando frustraciones e insatisfacciones con un talante positivo. Si la cosa funciona es en realidad un canto al amor, en el sentido menos remilgado. Lo importante es quererse, sea como sea, viene a decir Allen con su lenguaje mas querido y reconocible. Una obra sincera muy divertida, con su filosofía de la vida entre descreída y apasionada, y con una relación peculiar y rica entre seres desarraigados que parecen tener poco en común, y se expande como un polen primaveral. Y no es que Woody Allen se haya vuelto cursi, lo contrario: simplemente sigue mostrando su perplejidad ante la vida, crítico aún, pero sereno y sonriente.
* Crítica escrita por Ricardo Aldarondo. Fotogramas nº 1.992
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